lunes, 24 de septiembre de 2007

Otros Relatos: Principio de Inercia

John trabaja en una fábrica. Tiene su puesto en una de las cadenas de montaje de asientos. Su labor, de siete a cuatro, es la de ajustar los dos tornillos de la parte superior. Lo hace con un destornillador neumático, aplicándolo durante dos segundos. Primero el de la izquierda, después el de la derecha. Tiene quince segundos para realizar el proceso.
Todos los días hay un descanso a las once de la mañana. John coge la tartera donde lleva la comida y se toma sus dos sandwiches y su refresco en el aparcamiento, junto a su furgoneta, en unos veinte minutos. A veces, Ebenezer y Paul le acompañan. Apenas hablan con él, sólo están allí, a su lado. Suelen conversar entre ellos sobre temas banales a los que apenas presta atención.
—Una temporada horrible la del Arsenal…
—Parece que va a llover de nuevo…
—No sé en qué piensan los laboristas…
Después vuelve a su trabajo y ajusta tornillos hasta las cuatro de la tarde. Cuando suena la sirena, va a su taquilla y se cambia de ropa. Adelanta a hombres de hombros caídos y cabizbajos camino del pub y aparca mientras acuden tras él. Para cuando los otros piden una pinta, no es raro que él se encuentre a mitad de la segunda.
Suena la alarma.
John se levanta, se lava y se viste. Antes de darse cuenta está en la carretera, a medio camino de la fábrica. No hay apenas tráfico. Aparca donde le corresponde y entra. Se cambia de ropa y va a su puesto. Toma el almuerzo a las once y después vuelve al trabajo, hasta las cuatro. Al volante de la furgoneta, es el primero en llegar a la Cabeza del Rey. Pide una pinta y se sienta, a la espera de los demás.
—¿Dónde están todos?
—Se fueron pronto a casa, John —responde el camarero.
—Entonces yo también debo irme, tengo que descansar.
—Sí, es tarde.
Y John se va a casa, listo para levantarse en cuanto suene el despertador. Listo para volver a la fábrica, como cada día desde que recuerda. Igual que siempre ha hecho.
—¿Quién era? —pregunta otro de los clientes, en cuanto John se marcha.
—Un pobre loco. Trabajaba en la fábrica.
—¿La de la carretera? ¡Pero si cerró hace veinte años!
—Lo sé, pero él no. Nadie se molestó en decírselo.

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